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LAS SELVAS TROPICALES PUEDEN RECUPERARSE SI LAS PRÁCTICAS AGRÍCOLAS SON DE BAJA INTENSIDAD

El manejo sostenible de las selvas en áreas tropicales secas y húmedas sólo es posible si las prácticas agrícolas permiten conservar el potencial de regeneración o recuperación natural del propio ecosistema; al mismo tiempo, se deben dejar fragmentos en el paisaje para contar con las semillas y la fauna que contribuyan a la restauración.

Miguel Martínez, del Laboratorio de Ecología de Poblaciones y Comunidades Tropicales del Centro de Investigaciones en Ecosistemas (CIEco) de la UNAM, en Morelia, Michoacán, estudia los patrones, procesos y mecanismos ecológicos y sucesión secundaria en campos tropicales abandonados, en las selvas de la región Lacandona, en Chiapas, y de la región de Chamela, en Jalisco.

Ahí, junto con un equipo grande de colaboradores y estudiantes de la UNAM, y otras instituciones del país y del extranjero, ha encontrado que la vegetación se recupera, “pero ello ocurre en áreas que fueron usadas para una actividad agrícola que no fue tan intensa”.

El científico explicó que en Chamela, en la costa del Pacífico, se desarrolla la selva baja caducifolia, o selva seca, con árboles que no rebasan los 10 metros de altura, y que en la época de sequía pierden por completo las hojas. “Hasta que llegan las lluvias, éstas reaparecen, y se vuelve un bosque verde y húmedo”.

Mientras, en la Lacandona, al sureste de Chiapas, crece la selva alta perennifolia o bosque tropical perennifolio; ahí la vegetación conserva el follaje todo el año y los árboles alcanzan 30 metros, en promedio, algunos hasta 50. Se trata de la llamada selva tropical húmeda.

Ambas zonas fueron colonizadas por poblaciones humanas en la década de los 70, en el siglo pasado, época en que el gobierno hizo repartición de tierras; en ese momento comenzó el proceso de conversión de esos entornos secos y húmedos, a paisajes agropecuarios. Se estima que en la década pasada quedaba del 30 (Lacandona) al 80 (Chamela) por ciento de la cobertura original.

La investigación de Miguel Martínez se enmarca dentro de un gran proyecto llamado Manejo de Bosques Tropicales, que trata de entender los procesos de conversión, incluso cultivos y pastizales para crianza de ganado.

“Queremos entender qué tan rápido ha sido ese cambio y qué ocurre una vez que se agota la productividad de los terrenos por el uso de los ciclos agrícolas o el sobrepastoreo, o bien por la migración campesina a las grandes ciudades o a Estados Unidos”, explicó.

De ese modo, uno de los objetivos del proyecto es entender si los campos que fueron dedicados al cultivo o al ganado, tienen la capacidad de regresar a sus características selváticas previas. Ese fenómeno, que ocurre en las tierras abandonadas, se llama sucesión ecológica, indicó el universitario.

Para ello, ha establecido sistemas de seguimiento con registros de las plantas y animales que se desarrollan, incluidos insectos, anfibios, reptiles, aves, murciélagos y líquenes (combinación de hongos y algas).

Después de lustros de estudio, con visitas anuales a Chiapas, donde predominan los cultivos de maíz, y trianuales a Chamela, donde prevalecen los pastizales ganaderos y el ritmo de regeneración es más lento, se ha descubierto que la vegetación se recupera, pero ello ocurre en áreas que fueron usadas para una actividad agrícola que no fue tan intensa.

Si no se usan áreas tan extensas, ni de forma recurrente, maquinaria para preparar el suelo, fuego o agroquímicos, después de unos 15 ó 20 años se comienzan a observar atributos muy parecidos a los que tenía antes de ser desmontada. “Se recupera de manera importante”, añadió.

En el caso de la selva alta, tarda 30, 50 ó más años en alcanzarse la altitud de los árboles; sin embargo, lo que no se recupera es la composición de especies. “Hay una proporción que no aparecen en nuestros registros, por ejemplo, cerca del 40 por ciento de anfibios y reptiles”.

Las dos áreas cuentan con una matriz conservada, y eso ha asegurado la persistencia de algunas; lo que no se puede hacer es seguir con el proceso de tala y terminar con la desaparición total del entorno. “Eso llevaría a la desaparición de los organismos, las funciones del ecosistema y los servicios que aportan al bienestar de la gente”.

De ahí se concluyó que en el manejo sostenible es importante considerar prácticas agrícolas de baja intensidad y conservar la mayor superficie forestal posible. Los beneficios van más allá: la cobertura forestal mantiene los suelos, es decir, previene la erosión, mantiene los cuerpos de agua y se minimizan los deslaves.

El trabajo, del cual se han derivado más de 55 tesis de licenciatura, maestría y doctorado, y del que se han publicado alrededor de 50 artículos en revistas como Ecology, Journal of Tropical Ecology y Restoration Ecology, también incluirá la orientación en algunas comunidades para que la gente sepa qué prácticas podrían ser viables o sustentables, con base en este conocimiento. “Los estudios de ecología básica se convierten en información útil”.

Ejercicios agroecológicos y de uso múltiple, aunados a la conservación de fragmentos grandes de selva, conectados por corredores biológicos, son componentes de una estrategia de manejo de bosques tropicales que pueden mantener la biodiversidad, las funciones y servicios de los ecosistemas selváticos.

El balance general debe tomar en cuenta cuáles son las ganancias ambientales, ecológicas y socioeconómicas, y para resolver el problema se requiere de la participación de las comunidades, las autoridades y los académicos. “El manejo sustentable de los bosques, sin que se degraden, y en beneficio de la gente, es posible, pero requiere una gran coordinación de esfuerzos entre estos sectores y los diferentes actores sociales involucrados”, finalizó Miguel Martínez.

Para más información comunicarse mmartinez@oikos.unam.mx

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