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Un asesor de Trump reaviva las sospechas de complicidad con Rusia

Moscú se ha vuelto a colar en la Casa Blanca de Donald Trump. Uno de los hombres más próximos al presidente republicano, el asesor de Seguridad Nacional Michael Flynn, está en la picota después de días de declaraciones contradictorias acerca del contenido de unas conversaciones que mantuvo en diciembre, antes de que el magnate asumiera la Casa Blanca, con el embajador ruso en Washington, Sergei Kislyak. Se plantea ya incluso abiertamente que Flynn se convierta en la primera baja del gabinete Trump.

Si, como afirman algunos medios estadounidenses, Flynn habló con Kislyak de las sanciones que el entonces todavía presidente estadounidense Barack Obama impuso a Rusia en esas fechas por su interferencia en las elecciones norteamericanas, podría haber cometido una ilegalidad, puesto que en esos momentos todavía era un ciudadano privado y como tal no podía realizar maniobras diplomáticas como esa.

Pero ese no sería el único de sus problemas. Otro mal ya está hecho: este incidente ha vuelto a poner de relieve los múltiples indicios de complicidad del Kremlin con la nueva Casa Blanca, una sospecha que Trump, pese a numerosos esfuerzos, no ha logrado despejar todavía de forma convincente. El presidente ruso, Vladímir Putin, sorprendió a propios y ajenos cuando decidió, en contra de las recomendaciones de su ministro de Exteriores, Sergei Lavrov, no responder a las sanciones de Obama, que expulsó a 35 diplomáticos rusos y cerró dos centros propiedad del Gobierno ruso en EE UU. El gesto fue interpretado como una apuesta del Kremlin por que las cosas cambiarían con el cambio de inquilino en la Casa Blanca que se produjo unas semanas más tarde. Y ahora la duda es si Flynn contribuyó a dar esa impresión a Moscú.

Por otro lado, Flynn permitió que, en los primeros momentos en que surgieron las filtraciones sobre sus conversaciones con el embajador ruso, altos funcionarios, como el vicepresidente Mike Pence, negaran públicamente los informes, basándose en lo que el general retirado les había dicho. Sin embargo, el propio Flynn acabó reconociendo poco después, a través de un portavoz, que no podía “estar seguro” de que el tema de las sanciones hubiera surgido o no en esas charlas. De este modo, puso en evidencia al número dos del gobierno y también dio a entender que había mentido a los suyos.

Flynn acompañó este fin de semana a Trump a su residencia de Mar-a-Lago, en Florida, donde el presidente agasajó al primer ministro japonés, Shinzo Abe. Pero según la prensa estadounidense, Trump también mantuvo un ojo muy vigilante sobre su asesor de Seguridad Nacional. Flynn ha sido uno de los hombres más fieles al presidente y que, con su pronta incorporación a la campaña electoral, ayudó a que el magnate obtuviera un cierto prestigio militar y en política exterior. Pero ahora se ha convertido en uno de sus peores dolores de cabeza.

Según la cadena CNN, Flynn no tiene intención de dimitir ni Trump va a pedir por ahora su cese. Pero la Casa Blanca está analizando minuciosamente todo lo que tiene sobre el incidente y muchos altos funcionarios han perdido la confianza en uno de los hombres clave en el manejo de crisis de seguridad del país. El domingo, otro de los hombres de Trump, su asesor de políticas Stephen Miller, evitó defender públicamente a Flynn cuando hizo la habitual ronda por los programas políticos dominicales de las grandes cadenas de televisión. “Han sacado los cuchillos contra Flynn”, dijo el lunes un alto funcionario a The Washington Post. “Si yo fuera el general Flynn, estaría preocupado”, coincidió otra fuente en declaraciones bajo condición de anonimato a Politico.

Información obtenida de El País.

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