El Pacto Nacional por la Educación no parece haber comenzado con buen pie. La subcomisión del Congreso encargada de diseñarlo discutió durante tres horas sobre el sistema de votación sin lograr un acuerdo. A lo largo de las próximas semanas se abordará la situación de temas tan importantes como el rol de la escuela concertada, la selección y formación de los profesores, la religión, el abandono escolar temprano, el acoso escolar, el dinero, la evaluación y calidad del sistema educativo, etc. Ante este escenario político parece necesario reflexionar sobre algunas cuestiones unidas por dos principios claros. En primer lugar, la educación es un asunto de generaciones, no de elecciones. En segundo lugar, la profunda complejidad de la realidad educativa.
Corremos el riesgo de vaciar de contenido el sentido y la potencialidad de la educación si no tenemos un mínimo de crítica con criterio para abordar con sensatez algo imposible de simplificar. Las recetas perfectas o las soluciones mágicas en educación no existen. Por el contrario, sí orientaciones y procesos más adecuados que otros que se deben conjugar con todo tipo de factores: contexto, cultura, situación económica y política, cuerpo docente, etc. La educación es un camino, no un objetivo.
La educación no es simplemente un sumatorio de contenidos, objetivos, metodologías y evaluaciones… Es un proceso subjetivo, culturalmente definido, socialmente construido e históricamente determinado. Educar no es una mera tarea técnica o instrumental, implica necesariamente reflexionar y partir de un discurso antropológico, es decir, de la construcción imaginaria de una determinada concepción de ser humano y sociedad. Con más urgencia que nunca, estamos hoy obligados a una reflexión colectiva desapasionada, racional y seria: ¿Qué educación buscamos? ¿Qué sociedad queremos? Necesitamos un debate alejado de réditos políticos, de vendedores de humo, de innovaciones huecas y de lecturas arbitrarias y necias del pasado llenas de tópicos cansinos.
Hemos solventado en España graves problemas educativos del pasado: garantizar una mesa, una silla y un profesor a cada alumno. Ahora debemos asegurar una educación integral de calidad para todos. Cada vez es más evidente la necesidad de una renovación sociocultural y educativa profunda. Apremia redefinir y reconstruir el sentido de la educación y la finalidad de los centros escolares en el siglo XXI, desde infantil hasta la universidad. Ya no se concibe una relación bulímica y acrítica con la realidad, necesitamos una escuela viva, creativa y participativa que provoque intelectualmente a los alumnos y que nos permita responder con acierto a los desafíos del presente.
Pero el cambio que se requiere, conviene recordar, no se genera teniendo más pizarras digitales, realizando compulsivamente esquizofrénicas comparaciones competitivas que pueden llevar a empobrecer la riqueza de los procesos educativos, escribiendo cualquier frase con la palabra TIC o implementando la última técnica pedagógica en boga con más brillo publicitario que pedagógico. El uso de uno u otro medio innovador no constituye en sí mismo una mejora si su puesta en práctica condena al alumno a la más absoluta apatía e inmovilismo intelectual.
Debemos construir un sistema educativo que permita ejercer la palabra a los alumnos y no los condene al silencio; educar en la pregunta, no en la respuesta; educar para aprender a convivir en un mundo complejo y plural, porque la democracia no se aprende, la democracia se practica; en definitiva, ofrecer una educación integral que parta de problemas reales. Hay algo muy sencillo en educación: lo que demos a los alumnos será lo que los alumnos darán a la sociedad de adultos. Para construir una educación en mayúsculas debemos reapasionar lo elemental, aunque parezca modesto. Quizás, al contrario de lo que se piensa hoy día, menos sea más.
Información de El País
https://elpais.com/elpais/2018/01/25/opinion/1516900734_752598.html